Banquetas a Santa Rosa

Tomé una combi para llegar al camino a Santa Rosa. Desde los limites de Pachuca, 15 minutos después, bajé en mi última parada en la Colonia Benito Juárez. Pasé junto a un busto en memoria de «el benemérito» y caminé hasta que el pavimento de concreto terminó. Llevaba música en los audífonos y el calor golpeaba tan fuerte como lo puede hacer a las 12:15 de la tarde. Ahí, frente al largo camino de terracería, con banquetas tan pequeñas, pensaba en las ideas de progreso y desarrollo que, seguramente, estuvieron en el discurso que llevó a pavimentar esa calle. Recordaba las discusiones que teníamos en las sesiones de El COLEHGO sobre ¿qué es el desarrollo?

Recuerdo la ocasión que preguntaba ¿por qué pensamos en el desarrollo de las ciudades, de las poblaciones que ya tienen problemas? ¿No será igualmente importante pensar en las que aún no los tienen e intervenir de tal forma que no se repitan los errores de las urbes? Es ahí donde se necesitan a los arquitectos, a los ingenieros, a los urbanistas.

¿Qué nos lleva a aceptar banquetas de 60 cm? ¿Por qué eso no nos escandaliza? La gente que camina lo hace sobre el arroyo vehicular. Es lógico, yo lo hice. Uno se siente seguro ahí. Qué ironía.

Caminé y un kilometro después llegué a mis destino. Aún sigo pensando en las banquetas, pero sobre todo en la gente que no las camina, no porque no quiera, sino porque alguien no pensó que ellos eran los más importante. Quizás alguien que siempre va en coche.