Se abren las cortinas, huele a humedad. Camino por un pasillo que me lleva hasta el fondo de una gran, gran habitación con muchas personas. No las cuento, pero sé que son muchas. Un reflejo de luz me hace ver que el espacio, el lugar, está casi lleno. Escucho voces pero no provienen de la gente. Es de la sala. Todos escuchan y observan a la gran pantalla. La miro y me maravillo de lo que veo. Había visto la televisión, pero nunca nada igual, tan particular.
A partir de ese momento, el cine sería una de las cosas que más admiraría en mi vida. Los planos, las secuencias, la fotografía, la música, el montaje, me harían reconocer, como lo dijo alguna vez Bernard Tshumi que «la arquitectura (como el cine) se trata de movimiento.
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