En memoria de Alejandro,
maestro de vida.

MAROJIMA

Era febrero de 2007, llevaba dos años de haber egresado de la carrera de arquitectura y 6 meses en un nuevo trabajo. Sentado frente a la computadora, dibujando en AutoCAD (seguramente un plano estructural) recibí una llamada por el conmutador, era mi jefe que me pedía subir a su oficina en el tercer piso para platicar.

—Quihubo mano, ¿cómo estás?
—Bien, inge. Terminando el plano.
—Oye, quiero proponerte algo. Sé que tienes tu despacho y que trabajan algunos proyectos independientes ¿te interesaría desarrollar el proyecto de arquitectura de Rosarito? Es algo grande, pero pienso que con tu equipo lo podrán desarrollar.
—…
—No me contestes ahora. Piénsalo, y si le entras, quiero una cotización mañana a primera hora en mi escritorio.

Tenía 25 años y trabajaba para la empresa de Alejandro, una firma de ingeniería que a su vez trabajaba para otras firmas de México y algunas otras del mundo. Era una oficina en un edificio en el centro histórico de la ciudad de Pachuca, justo frente a la plaza Juan C. Doria. Alejandro era un apasionado del arte, de la ciencia y, por supuesto, de la historia. Aún recuerdo la primera vez que visité su biblioteca (en su casa del centro), ver una edición enorme de Los miserables, en francés, en un especie de pedestal, me dejó maravillado.

Oficinas de MAROJIMA, ingeniería. Pachuca, centro histórico.

Alejandro se sentía orgulloso de no tener TV y solo leer periódicos y libros. Hablaba inglés, francés, italiano, le escuché comunicarse en alemán, un poco de chino, él decía que mal hablaba español, y en sus últimos días estudiaba náhuatl. En una ocasión me contó que una de sus mayores tristezas era no haber aprendido maya, pues sus raíces se encontraban en ese rumbo. A veces me preguntaba palabras en hñahñu (otomí) y yo le respondía lo poco que sabía.

Sonó el conmutador, era Alejandro y me dijo: “Quihubo mano, ¿puedes subir?”.

—Buen día, inge.
—¡Qué onda! ¿cómo estás? ¿Ya tienes mi cotización?
—Si inge, pero antes que la vea, quisiera pedirle su consejo. Le soy sincero, nunca he cotizado algo tan grande, y no se si la vaya a «regar».

Alejandro sonríe, abre el folder, sin ver la hoja de cotización la voltea y comienza a escribir. En tres minutos me dio una clase de cómo calcular los honorarios, considerando impuestos, factores, riesgos, equipo, salarios de colaboradores, depreciaciones y un sinfín de cosas. Al final lo resume en una cifra y me dice:

—¿Te parece justo?
—…si, inge. Me parece.

Solo diré que era más de lo que yo había cotizado. Mi inexperiencia había dejado fuera muchos factores que él me mostró.

Y ahí comenzó todo. Por azares del destino, terminamos desarrollando el proyecto de arquitectura de una Central generadora de energía eléctrica (CCC) en Playas de Rosarito, Baja California.

Central de Ciclo Combinado. Isolux para CFE, México. Fuente: http://www.isoluxcorsan.com/es/proyecto/central-de-ciclo-combinado-de-rosarito.html

Tenia 25 años, un mundo por recorrer y un monstruo frente a nosotros. En retrospectiva ese trabajo ha sido uno de los que mayores enseñanzas me ha dejado, de todo tipo: laborales, personales, de vida, de amigos, de fracasos y triunfos. Un resumen de la vida misma.

La oportunidad que me dio Alejandro -pienso- derivó de las platicas que tuvimos. Un buen día llegué a la oficina y comencé a arreglar mi escritorio, organizando unas revistas de arte en las que llegué a participar escribiendo y distribuyendo.

—Quihubo, mano. ¿Qué haces… oyendo al Panda show?
—Qué pasó, inge… eso es al medio día.
—Jajaja… es broma, sé que tu eres arquitecto y como son medio «raritos», pues como que igual y te gustan otras cosas (…) oye, ¿qué lees?
—Es una revista cultural, es de aquí de Pachuca. Escribí unos artículos en ella.
—¡Orale, qué padre! ¿me los prestas?
—Si inge, nomás no se burle.
—No prometo nada.

Los toma, sonríe y sube a su oficina. Al otro día, a la misma hora, Alejandro entra a la oficina y me regresa las revistas con un «gracias».

—¿Qué le parecieron, inge?
—Bien, me gustaron. Aunque en unas cosas no estoy muy de acuerdo, pero en general bien. Que bueno que dediques tiempo al arte.
—En realidad creo que lo hago más por aprender, que por «enseñar» algo que sé.
—Eso es bueno.

Ruidos, revista cultural independiente. 2007

Las semanas pasaron y llegó el día de la primera revisión de proyecto. Alejandro y yo viajamos al DF (ahora CDMX) a una reunión en un edificio en Av. Paseo de la Reforma para presentar avances de la ingeniería y la primera propuesta de arquitectura.

Entramos a la sala de juntas. Todos trajeados. Todos, menos dos: Alejandro y yo. Recuerdo a dos ingenieros españoles (uno el gerente de ingeniería), un argentino, varios mexicanos. Habló Alejandro, presentó avances de la ingeniería. Todo ok.

Era mi turno. Presenté el proyecto, la idea de trabajo. Todos me miraban. ¿El resultado?: desatroso. Me hicieron pedazos.

Salimos de la oficina, yo con el semblante derrotado. Pensaba “seguramente el inge está decepcionado”.

Se abre el ascensor. Entramos, se cierra la puerta y Alejandro dice:

—¿Qué te pareció la reunión?
—Inge… se lo aseguro, la siguiente reunión me defenderé mejor.

Alejandro sonríe y me da otra de las muchas enseñanzas:

—Si no te subes al ring, no vas a aprender a boxear. No te preocupes, así es la vida. Vamos por unos tacos.

Así era Alejandro. Él pensaba que las verdaderas cosas valiosas de la vida se encontraban en los momentos que vivías.

Recuerdo cuando llegó el tiempo de la primera visita a la obra en Rosarito. Debíamos volar de CDMX a Tijuana, de ahí en auto a la obra y después hacia Ensenada. Sentados en la sala de espera del aeropuerto, miró la zona de freetax y me dice:

—Mira, dicen que es más barato, pero si salimos al tianguis en la calle, ahí estará más barato.
—Si, ¿verdad?
—Yo no entiendo porque mucha gente busca la felicidad en los objetos. Entiendo que quieran cosas, pero ¿sacrificar la mayor parte de su salario por algo que no necesitan? Es triste saber que varios de mis ingenieros destinan hasta el 70% de su salario para pagar un auto nuevo. Es triste.

Alejandro se movía en transporte público, taxi y un chevy viejito. Le gustaba mucho caminar y explorar. Era una persona que a pesar de su ateismo confeso (que pienso que en realidad era agnosticismo) era respetuoso de las creencias de los demás. Si lo invitabas a un cumpleaños, un bautismo o una boda, él llegaba y se involucraba. Tenía una habilidad de entablar conversación con cualquiera persona. Con cualquiera.

De tantas veces que platicamos, me contó de su educación, de su vida en Francia, de su estancia en Japón. Me platicó que uno de los mejores recuerdos de su vida era una navidad en la que, en camino a ver a un familiar, se le descompuso el coche y terminó, junto a sus acompañante, sentado sobre el cofre del auto, cenando sidra y unas papitas que compraron en una tienda. “Son los momentos”, me decía.

—¿Tiene reservación, señor? Le preguntó la empleada del mostrador de la aerolínea.
—Si, a nombre de APLP.
—Señor, tiene millas acumuladas y nosotros tenemos lugares en primera clase, ¿desea cambiarlos?

Voltea a verme y me pregunta, como si no supiera que era mi primer vuelo en avión:

—¿Cómo ves, vamos?
—Como usted indique, inge.
—La verdad es que es lo mismo, nomás que en turista te dan churrumais y en primera te dan pringles.

La empleada soltó una sonrisa.

Subimos al avión, platicamos todo el trayecto.

Tijuana makes me happy

Some people call it the happiest place on earth
others say it’s a dangerous place
it has been the city of sin
but you know I don’t care…
Nortec Collective (2005)

Llegar a Tijuana se había convertido en una odisea. No por los problemas, sino por la serie de sucesos que ocurrirían y que moldearían mucho de los que soy ahora.

Alejandro me apoyo en el recorrido de la primera semana. Me compartió parte del proceso de construcción. Me mostraba lo que habíamos diseñado/calculado, pero ahora ya en ejecución. En anteriores trabajos había tenido la oportunidad de estar en obra, pero nunca de esa magnitud. Cimentaciones de tres metros de alto, muros de concreto de un metro de ancho, estructuras metálicas de 20 metros de alto, presión constante, detalles todos los días y, por supuesto, lo que significa ser un hidalguense en tierras californianas.

Alejandro regresó a Pachuca, y yo continué mi travesía en Baja California.

Armado estructural de cimentación de una turbina. CCC Rosarito, Baja California.

Una tarde al terminar la jornada de trabajo, fui a un minisuper a comprar algo para comer. En la puerta me detuve a preparar mi cartera, justo en ese momento se acercaron tres jóvenes con vestimenta peculiar: pantalón holgado, playeras muy grandes, gafas, tenis. Conforme se iban acercando, su aspecto me parecía más rudo. Mis prejuicios hicieron que me preguntara cosas como ¿si me piden dinero, qué les digo? ¿y si van a asaltar y yo estoy adentro?

Cuando llegan a mi lado, los tres pasan en fila y lo único que me dicen, con una sonrisa es: «¡buenas tardes, man!». Se pasan y saludan al cajero, él los saluda de forma natural. Por alguna extraña razón los sigo y llegamos al área de refrigeradores. Uno de ellos dice: “…de las light, ¿no?”, “¡simón!”, responde otro. En un acto de mera imitación, hago lo mismo y compro dos Tecate light. Las primeras cervezas light que tomaba en mi vida. ¡Y qué descubrimiento! Aún hoy en día sigo recibiendo burlas (de mis amigos) por preferir ésta bebida. Quizás lo que descubran ahora -porque nunca se los he dicho- es que eso me remonta a mis recuerdos en Tijuana y Rosarito.

Barrio Frontera (2015). Fotografía de Hector Banda. Fuente: https://www.yaconic.com/barrio-frontera-los-cholos/

En días siguientes me seguí encontrando con ellos y con más jóvenes. Los cholos, su forma de vestir y su alegría me hicieron sentir cada vez con mayor confianza. Una persona local me dijo: «no te preocupes, la mayoría de ellos son buenas personas y saben que nuestra economía se sostiene de los turistas y de la gente que viene a trabajar».

Así como sucedía con los homies, sucedía con la ciudad. Cuando visité la Avenida Revolución, un choque de ritmos y culturas sucedió. Observaba cómo había una licuadora de sonidos y modismos tremendos. Veía maravillado la convivencia de la tambora, la cumbia, lo electrónico, el rock, la banda y cuánto sonido se conocía, en tan pocos metros de distancia.

Vista de la Av. Revolución

Tanto en la vida diaria como en las cosa que me interesaban, varios conceptos me atraían fuertemente. Vivía cerca de donde las cosas estaban ocurriendo. Raúl Cardenas (arquitecto, TOROLab) trabajaba desde el arte, la arquitectura y el espacio público en la zona fronteriza de Tijuana. Nortec llevaba tiempo como colectivo, no solo como una expresión musical, sino como un movimiento que intentaba resaltar el poder y riqueza cultural que tenía Tijuana. Arte, música, gráfica, intervención social y hasta arquitectura. Pepe Mogt (Fussible) comentaría años mas tarde en entrevistas: “Nos decían ’Tijuana no tiene identidad’. Nosotros respondíamos ‘claro que la tiene'». Y eso era Nortec.

Sin duda la música y la arquitectura seguían muy de cerca.

Vista del Océano Pacífico desde el edificio eléctrico. CCC Rosarito, Baja California.

Una canción para la Magdalena

Dueña de un corazón,
tan cinco estrellas,
que, hasta el hijo de un Dios,
una vez que la vio,
se fue con ella.
Joaquín Sabina & Pablo Milanés (1999)

Alejandro era un admirador de la trova. En realidad nunca le pregunté qué tanto, pero si sé que su pila de discos en la oficina me indicaban que era más de lo que yo podría estarlo. Siempre bromeaba con los covers, decía: «¿esa canción no es de Nicho Hinojosa?», en claro sarcasmo sobre el mencionado artista.

Una tarde apareció Sabina en la radio y me dijo «escucha esta canción». Era Una canción para la Magdalena. Hoy, cada que aparece -como lo hago mientras escribo esto-, no dejo de recordarlo.

Llegó Diciembre, regresé de Baja California. Bajé del avión, tomé el autobús, llegué a Pachuca y me fui directo a su casa. Habían organizado una noche bohemia con los muchachos de la oficina. Esa fue la última foto que tomé de él.

Alejandro se fue de este mundo pero nos dejó muchas enseñanzas. La naturaleza cobró factura y la vida intensa y apasionante que vivió llegó a su fin. He llorado muy pocas veces en los últimos años. Muy pocas. En el memorial, al verlo en la urna no pude contenerme y derramé lagrimas por su ausencia. Sentía que había mucho que no le pregunté, muchas cosas que quería que me enseñara. Como un maestro, que enseña con el ejemplo, Alejandro seguramente nunca hubiera querido ser ejemplo para alguien. Pero la vida es así, tus referencias se vuelven un motor y son quienes ayudan a moldear tu camino.

Incluso en su muerte, muchos aprendimos cosas. Tengo recuerdos de los últimos días, pero prefiero recordarlo como siempre lo veía, con sarcasmos, con chistes, con bromas, con referencias a la cultura, con respeto por cualquier cosa. Alejandro se identificaba con la izquierda. Hoy sería interesante saber qué pensaría de la situación del país y de cómo «nos está yendo». Lo imagino defendiendo las causas sociales y cuestionando a «la derecha».

Pensé mucho cómo terminaría este texto. Imaginé frases que él decía o de las que podría decir hoy. Imaginé que se sentiría contento de ver en lo que nos convertimos a quienes nos cobijó, no solo en un trabajo, sino en una comunidad de personas que le estaremos eternamente agradecidos.

Imaginé que se sentiría orgullo o que diría «eso es lo que esperaba». Pero no sería Alejandro. Quizás, si hoy nos viera y le dijéramos:

Gracias, Alex. Gracias por enseñarnos tanto y por hacernos creer que el trabajo dignifica y que debemos buscar ayudar a la humanidad.

El nos diría:

¿Y yo por qué? ¿Qué culpa tengo?

Mientras da la vuelta, sonriendo y metiendo las manos en las bolsa de su chamarra de piel negra, subiendo a su oficina, con el nextel en la cintura y con la mente revolucionando a mil, como siempre lo hacía.

Gracias por todo, Alex.

Nos veremos muy pronto.

Equipo MAROJIMA, 2008. Al centro Alejandro Pérez. De izquierda a derecha: Yunuén López, Erika Castro, Cuitláhuac Ángeles, Cuauhtémoc del Angel, Benito González, Alejandro Rivera, Michel Rubio, Jorge Armando, Felipe Rivera, Victor Gómez, Gustavo Hernández, Medardo Hernández, Yoan Beltrán.